viernes, septiembre 15, 2006

España ya tiene a su Hearst particular

William Randolph Hearst. Todo el que se dedica al periodismo o, en general, al mundo de la comunicación, tiene grabado este nombre a fuego en su cabeza. O al menos debería saber quién fue y lo que significó para el periodismo moderno. Quien no esté al tanto de la profesión quizá ignore la existencia de este célebre personaje. Pues bien, en resumidas cuentas, digamos que Hearst es el antihéroe del periodismo, el enemigo a batir por todos aquellos que se lancen al mundo de la información -de la periodística, claro-. De hecho, hizo sobrados méritos para convertirse en el paradigma de la desinformación, la manipulación y el sensacionalismo. Un personaje repudiado en las aulas de periodismo de todo el planeta y situado en las cloacas de la profesión. W. R. Hearst amasó una enorme fortuna como magnate de la prensa americana; fue el padre de lo que conocemos como amarillismo, un tipo de periodismo en el que lo importante es aumentar los niveles de audiencia para incrementar la cuenta de beneficios, sacrificando por el camino a la regla de oro de la profesión: el relato de la realidad, de la Verdad con mayúsculas. La deformación de los hechos y la creación de historias tan llamativas como fantásticas era su método para llamar la atención del público. Llegó incluso a provocar la guerra hispano-americana de 1898, al publicar que el estallido del acorazado Maine había sido obra de los españoles. La ley del mercado sobre la ética profesional. Así era Hearst. Ahora piensen por un momento en la España de hoy, hagan un recorrido por sus medios de comunicación,... ¿les suena a alguien?

Es de suponer que todo el mundo haya pensado en el tándem Federico J. Losantos-Pedro J. Ramírez. Pues sí, en efecto, dos personajes que están convirtiendo el periodismo patrio en una actividad siniestra, con sus juegos de malos detectives a la búsqueda de unas conclusiones ya predeterminadas en sus despachos. Me entristece tener que criticar a un compañero de profesión, más aún tratándose de uno de los grandes de la historia reciente del periodismo en España, una persona que alcanzó un gran y merecido prestigio dirigiendo las investigaciones que descubrieron los mangoneos de Roldán, la guerra sucia de los GAL patrocinada por el ministerio del Interior de González y los usos inmorales que se daban a los fondos reservados en el anterior gobierno socialista. Consiguió auparse al estrellato, convirtiendo los diarios por los que ha pasado en un ejemplo a seguir en el periodismo de investigación español. Pero la vanidad, su sed de protagonismo y su actitud de justiciero le han perdido. Sobre el otro, sobre Losantos, ni siquiera se puede alabar su pasado. Dejémosle aparte.

W. R. Hearst tenía tres fijaciones: el dinero, la fama y acabar con el presidente McKinley o quien se le pusiera entre ceja y ceja, sobre todo su máximo competidor, el también célebre Pulitzer. Salvando las distancias, y reconociendo la labor realizada por Pedro J. en los casos apuntados antes, el sagaz periodista español parece estar derivando hacia los mismos vicios que caracterizaron al vergonzante magnate americano. Son conocidas sus amenazas al Gobierno socialista, sus editoriales incendiarios cuando Zapatero abría la veda para las televisiones digitales, advirtiendo al presidente de que podía comenzar una lucha implacable para pedir su cabeza si no satisfacía sus ansias empresariales. Es también pública aquella conversación en la que se jactaba de su capacidad para poner y quitar presidentes a su antojo. Lo intentó empecinado con Felipe González, y lo consiguió; ahora lo intenta con las mismas ganas con Zapatero, sin tregua, sin cuartel. No en vano, es el periodista más temido por la clase política española, conocedora de su influencia sobre la opinión pública.

Respecto a la fama, es indiscutible que su egocentrismo le hace aparecer como una persona vanidosa y arrogante. Se deleita consigo mismo, se gusta, se adula a sí mismo, y le encanta verse en portada de su periódico. Lo primero no tiene nada de malo, le ayuda a poner su autoestima por las nubes y si es feliz así, que así sea, no soy quien para negar la felicidad de nadie; en cambio, lo segundo no es ni ético ni agradable a la vista del público: un periodista nunca es noticia, el director de un medio de comunicación debe mantenerse al margen, un periódico debe contar historias que interesen a la gente, debe ser un servicio público de información, nunca una plataforma para perseguir los intereses personales de sus mandatarios... son reglas básicas de decencia periodística. Pedro J. ha convertido en noticia de portada una manifestación organizada en favor de su piscina; un éxito de convocatoria que fue posible gracias a la inestimable colaboración de las arcas de Nuevas Generaciones, con un viaje con todos los gastos pagados a Mallorca como reclamo. Se coloca en primera cuando le sitúan como una de las personas más influyentes del país, cuando participa en algún acto social o cuando, en definitiva, necesita promocionar su figura, llevando la famosa vanidad del periodista a su expresión más descarada.

Y el dinero... ¡ay, el dinero, perdición de los hombres!... la ley del mercado vuelve a machacar los valores del periodismo. El interés económico se intuye detrás de muchas de las informaciones que últimamente publica El Mundo, algo nada objetable si no fuera porque en muchos casos la verdad chirría. Y eso sí que es un problema. La "investigación" del 11-M, plagada de contradicciones, exageraciones y tergiversaciones de los hechos, amenaza con llevar al desprestigio a una persona obsesionada con encontrar algo que pocos ven. Y no lo vemos, no porque estemos ciegos, sino porque no tenemos la mente sucia, ni nos mueve esa obsesión por el dinero, la fama y el derribo de gobiernos a toda costa, a cualquier precio. Me voy a ahorrar entrar en detalles sobre el encumbramiento de presuntos delincuentes, de la fe ciega en teorías estrambóticas que no se sostienen en pie y de las artimañanas para sembrar la sospecha por doquier.

Nada más decir que la evidencia se cae por su propio peso. La pena es que existan personas con tal capacidad para moldear las opiniones de la gente. Pedro J., como empresario se merece un 10, como periodista me apena el camino que esta tomando, y como persona... como persona, allá él con su conciencia.

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lunes, septiembre 11, 2006

11-S-06, el mundo se desmorona

Una imagen imposible de olvidar que todavía hoy nos sigue poniendo los pelos de punta... teníamos la sensación de estar viviendo la antesala de un cambio mundial

Esta es la cruda realidad:

Han pasado cinco años desde que asistimos en directo al ataque de Al Qaeda contra Estados Unidos y, como si fuera una premonición, del derrumbe de aquellas torres hemos pasado al desmoronamiento del mundo tal y como lo conocíamos. Nuestra seguridad está en precarias condiciones. Ya no hace falta estar en el frente de batalla para sentirse en peligro. Occidente, antes del 11-S, veía el drama humano como algo lejano, como algo propio del Tercer Mundo, de países atrasados. Nos sentíamos a salvo en nuestra burbuja de ignorancia. Pero la imagen de las torres ardiendo nos sacó de aquella plácida ilusión. Luego llegaron las discotecas de Bali, los trenes de Madrid, el metro de Londres,... como un recordatorio de que lo de Nueva York y Washington fue sólo el inicio de una larga y nueva confrontación. Por si no fuera bastante, no sólo tenemos que lamentarnos por nuestra seguridad perdida. No. Estos cinco años serán recordados con vergüenza en los libros de historia como la época en la que el mundo occidental perdió sus principios, sus valores y sus derechos. Nuestras democracias han perdido su esencia en la lucha contra la amenaza terrorista. Vivimos en un mundo más peligroso y menos libre. Esa es la herencia del 11-S, un mundo en ruinas.

Son las siete de la tarde mientras escribo estas líneas. A estas horas, hace ahora cinco años, medio mundo seguía pasmado frente al televisor, mientras veían boquiabiertos las imágenes repetidas de la caída de las torres, el derrumbamiento de uno de los símbolos de la supremacía occidental. El impacto de los aviones contra el World Trade Center, el Pentágono humeante, los trabajadores de las Torres Gemelas optando por una muerte más rápida al tirarse al vacío, el ennegrecido campo de Pennsylvania donde cayó el cuarto avión, Manhattan en estado de guerra, el enemigo en casa, la invulnerabilidad herida y lo inexplicable de la sinrazón. Para la posteridad quedará ese repetido 'Oh, my God!!!!' entre angustiado e incrédulo que quedará como símbolo sonoro de aquel aciago día en que despertamos de la bonanza en que creíamos habernos instalado. No nos lo creíamos, pero no había duda, era real, así que comenzamos a hacernos a la idea de que nada volvería a ser igual. El mundo entró en guerra ese día, y todos lo sabíamos.

De un plumazo se destruyó la ilusa teoría de Fukuyama, esa que adelantaba el fin de la historia con el desmoronamiento del comunismo y la supremacía incontestable del capitalismo. Nos las veíamos felices en nuestro plácido mundo lleno de ciudadanos convertidos a consumidores natos, pero olvidábamos que nuestra opulencia occidental había creado desigualdades en el mundo. Nosotros teníamos más porque negábamos a otros sus posesiones, contribuimos con nuestra avaricia a crear monstruos llenos de odio a lo occidental e incluso fue el propio Estados Unidos quien entrenó a esos que ahora se revolvían contra el imperio. Los amigos que ayudaron a derrotar al enemigo soviético en las montañas de Afganistán utilizaban ahora sus artes bélicas para golpear a su antiguo patrocinador. La desigualdad creo odio, y el odio cundió en las mentes de una panda de descerebrados que plantearon a Occidente el mayor de los retos al que nunca se ha enfretado. El choque de civilizaciones, por si alguien lo dudaba, se nos presentó en su faceta más cruel aquella mañana de septiembre.

El bofetón de Nueva York nos hizo despertar a la realidad. ¿Quién no pensó en aquellas horas de espanto en la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial? ¿Puede que estemos inmersos en ella? ¿Es posible que vengan días peores? ¿Es el mundo un lugar más peligroso para vivir que hace cinco años? Es inevitable que al hacernos estas preguntas sintamos un escalofrío en el espinazo, una sensación que proviene de la certeza de que esas preguntas tienen una respuesta afirmativa. Sí, el mundo se asienta sobre un precario equilibrio. Cualquier mal paso puede devenir en un desastre global, fruto del clima de odio, desconfianza y falta de entendimiento entre los dos bloques más combativos entre sí: Occidente y el mundo musulmán. ¿Buenos contra malos? No nos engañemos, esto es una lucha entre malos; la bondad no existe en nuestro actual orden mundial. De hecho, lo más descorazonador del panorama global es que la Humanidad ha perdido, precisamente, su humanidad. Ese es el gran logro de los terroristas, están consiguiendo que nos parezcamos a ellos, que desandemos el camino de las libertades.

Estos cinco años de observación del mundo me han enseñado una lección: desconfía de aquel que se arroga la bondad y plantea los conflictos en parámetros de buenos y malos; su radicalidad le acabará cegando y terminará por utilizar las mismas artimañas que el contrario en su intento por imponer sus ideas absolutas. Occidente tenía que dar una lección de humanidad a sus atacantes, pero desaprovechó la oportunidad al alinearse con unos locos que pervierten los valores de la democracia y la libertad que tanto nos costó alcanzar. Como no, el máximo exponente de esta esquizofrenia occidental lo tenemos en Irak, una guerra planteada de cara a la galería como una lucha contra el terrorismo que no ha hecho más que acrecentar la inseguridad del planeta. ¿Era necesario ponerse a la altura de los descerebrados? ¿Era prudente darles argumentos para que intentaran legitimar su odio? Muchos lo advertimos, pero no se nos escuchó. ¡Qué pena que nuestras democracias no funcionen para lo importante! El pueblo delegó en unos gobernantes que, en el momento de la verdad, impusieron su sinrazón sobre la lógica de la prudencia. Atacaron y engrasaron la espiral de violencia.

En Irak reina ahora el desgobierno. El terrorismo se ha instalado en su territorio, las muertes diarias se cuentan por decenas y los gobernantes se ven incapaces para poner orden sobre el puzzle de etnias que componen el país. El conflicto árabe-israelí continúa enquistado en Oriente Próximo, recordándonos cada cierto tiempo que la religión mal entendida y los nacionalismos irracionales son la lacra de nuestra arrogante especie. Irán amenaza al mundo con proseguir su programa nuclear, intentando hacernos creer que tiene buenas intenciones mientras se contradice al pregonar la destrucción de Israel y los infieles. La Unión Europea se vuelve ineficaz cuando más se le necesita como equilibrio entre los dos bloques radicalizados; aunque tendremos que otorgarle el beneficio de la duda ante la decidida actuación que parece estar promoviendo en la pacificación de Líbano.

La ONU es un mecanismo internacional, supuestamente neutral, que se paraliza en cuanto la superpotencia americana y su escudero inglés dirigen su pulgar hacia el suelo. Occidente en su conjunto traiciona sus propios ideales al restringir las libertades con la excusa de aumentar la seguridad de sus ciudadanos; los derechos humanos no tienen validez cuando se trata de destruir al enemigo. Y para colmo, por si el mundo no fuera ya un desastre, el emperador Bush II se encarga de atizar la hoguera con sus proclamas guerreras que sólo consiguen envilecer más todavía al monstruo islamista. El mundo está en crisis. Hace cinco años lo preveíamos. Hoy lo comprobamos.

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